domingo, 19 de junio de 2011

Medios de Comunicación y Estado de Derecho





Reseña



Hola gente.

Acá les dejo algunas reflexiones que andaban por mi cabeza desde hacía un buen tiempo y, a los fines de intentar ordenarlas un poco, las puse por escrito.

Traté de hacerlo lo más ligero posible para que pueda ser leído de un tirón. Hace referencia exclusivamente a los medios de Argentina por dos cuestiones:

1) No cuento con suficiente información sobre los perfiles de los medios de latinoamérica como para ponerme a opinar.

2) En cuanto a la prensa internacional, viene cometiendo tantos disparates en el día a día que no me dan muchas ganas de escribir al respecto.

Que lo disfruten.

Saludos.










EL JUEGO EN EL QUE ESTAMOS




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Breve bosquejo acerca de los causes actuales de la relación entre los medios masivos de comunicación y el estado de derecho.

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?También recluté mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar?. Jorge Luis Borges, Los inmortales.

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Qué mejor manera de comenzar este escrito que proponiendo un juego. Intentaremos dotarlo de reglas sencillas, para que nuestra tentativa no sucumba a manos del tedio.

Necesitaremos, como primera condición para poder jugar, un periódico local, preferentemente, de amplia difusión. Que sea de hoy o del año pasado, resulta del todo indiferente: mientras más jugadores, mejor.

Para los fines del juego, sólo nos van a interesar aquellos informes que se circunscriban a describir los sucesos cotidianos de nuestra ciudad. Por ende, quedan desde el vamos terminantemente prohibidos: a) los clasificados b) las noticias provinciales, nacionales e internacionales; c) las publicidades d) los avisos fúnebres y, por fin, e) los suplementos ?de belleza, jardinería, informática, astronomía o fen shui-.

Este singular diario imaginario, encaprichado en registrar con exclusividad las noticias de nuestra ciudad, hará las veces de tablero.

Estamos, pues, en condiciones de empezar a jugar.

Paso N° 1: con ayuda de una lapicera o resaltador vamos tachar ?si el diario es de hoy, bastará con un redondeo- las noticias que se refieran a delitos.

Paso N° 2: ahora, debemos agrupar nuestra atención en torno a la cantidad de noticias tachadas y, a un mismo tiempo, en las que subsistieron incólumes. Ha llegado la hora, paso N° 3, de indagar sobre el contenido de las que sucumbieron al tachón, ciñéndonos a un análisis algo más pormenorizado.



Medios: robo a mano armada

Bastará un simple repaso para advertir que las noticias tachadas hacen foco, primordialmente, en delitos de robos a mano armada sufridos por comerciantes y particulares. En la misma línea, encontramos que la noticia se dilata exponencialmente en tanto dichos delitos incluyan lesiones u homicidios.

Dichas referencias ?nos permitimos reflexionar- cumplen una función social estimable, ya que nos advierten de los principales peligros a los que estamos sometidos cotidianamente. ?Hoy le puede tocar a cualquiera?.

Vamos a permitirnos, sin embargo y por un momento, el privilegio de la duda. Acudiremos, entonces, en un intento de revalidar nuestro discurso, a las estadísticas.

Y es, una vez que hemos arribado a esta instancia, donde nos topamos con la primera gran sorpresa. Las estadísticas nos muestran que, las causales de muerte en nuestro país son: en primer lugar, los accidentes de tránsito; en segundo, el suicidio y; en el tercero, los homicidios donde víctima y victimario son parientes.

Recién en cuarto término (en realidad en quinto, pues respecto del aborto, como consecuencia directa de su confinamiento social, no existen estadísticas), y bastante alejado de sus predecesores, nos topamos con la figura que ocupa tanto espacio en nuestro diario imaginario.

Estamos en problemas, pues ahora es la pregunta la que nos arrincona a nosotros: ¿Cómo puede ser que apenas encontremos referencias de los tres primeros ocupantes de ese lamentable podio y, por el contrario, se llenen páginas con el cuarto?

Admitámoslo: se nos está poniendo difícil.





Detrás del velo

Y es en esta verdadera caída libre ideológica, donde se nos presenta la inmejorable oportunidad de buscar apoyo en bases que, eludiendo los planteamientos dominantes -desnudados en sus contradicciones más llamativas por nuestro simple juego-, nos permitan acceder a una comprensión más cabal de esta instancia histórica tan sugestiva. Hacia allá nos dirigiremos, asumiendo el humilde propósito de expresar algunos puntos de vista alternativos.

Forzosamente, avistamos que el mensaje que nos envían algunos medios de comunicación, dista por mucho de ser imparcial.

¿De qué otra manera explicar, sino, la flagrante distorsión en el orden que reclaman las estadísticas expuestas? Más aún, ¿por qué siendo tan amplio el abanico de figuras penales con las que cuenta nuestra legislación, los medios renuevan incansablemente la elección de los robos violentos? Estafas, falsificaciones, prevaricatos cuentan con reducido espacio en sus voluminosas páginas.

Y ni hablar de la cantidad de temas que quedan en el banco de suplentes de por vida. No ya solamente de las restantes ramas jurídicas, sino de las más variadas disciplinas.



Pagamos, pues, como secuela natural de la dilatación bochornosa de noticias deportivas y de crónica roja, un elevado precio: la introyección en nuestros cuerpos de la ignorancia y del miedo.

Tenemos, entonces, que sistemáticamente se nos somete a un bombardeo mediático que tiene como eje central al miedo; suerte de motor propulsor de fuerza inagotable. La paralización del individuo, la aprensión a la violencia física y su consiguiente aislamiento, el temor al otro (al extranjero, al sospechoso, al distinto), aparece como consecuencia natural de dicha manipulación.

Y claro, en este peripatético círculo vicioso, serán esos mismos medios ?ahora mostrando su fisonomía ejemplificante y constructiva- los encargados de enseñarnos sobre la necesidad de educación y cultura, del ahondamiento de los principios democráticos, del flagelo de la fragmentación social y la desigualdad. En fin, verdaderos pedagogos sociales.





El bumerang Blumberg

De este modo, acérrimamente, los medios ?aunque no en su totalidad ni exclusivamente- vapulean con tenacidad el sostén mismo del estado de derecho, dirigiendo el debate en dirección a la legitimidad de un estado de policía.

Nada nuevo bajo el sol: la huella puede ser rastreada en el imperio romano, y desde allí seguirla, con paso lento pero seguro, hasta llegar a los estados modernos -Estados Unidos, en la actualidad, quizá sea su principal expositor-. En el medio, el nazismo, quien supiera desarrollarlo a nivel teórico y, principalmente, práctico.

No es casual que en las charlas informales cada vez sea más fácil escuchar voces que legitiman la dictadura, que piden el aumento de las condenas o, acortando camino, que directamente abogan la instauración de la pena de muerte.

Basta que aparezca un Blumberg ?los medios se encargan de hacerlos aparecer periódicamente: Susana Giménez en el 2009, la modelo Nicole Neumann en el 2010- para poner en cuestionamiento la vigencia del sistema de garantías constitucionales, tentando a la sociedad con las alternativas más disparatadas.

Meditemos: ¿cómo se las ingenió Susana Giménez para resistir por semanas el ?debate? con el Dr. Zaffaroni, verdadera eminencia penalista a nivel mundial, sin ser despedida del ring en el primer round?



Posiblemente, la conductora televisiva se haya propuesto con énfasis, desandar los pasos que el magistrado ha ido fraguando a lo largo de una vida, escarbando voluminosos tratados de derecho, fatigando dependencias policiales y penitenciarias, entrevistándose con víctimas y victimarios.

O quizá, sus intervenciones fueron más esporádicas de lo que nos parecieron y, en su mayoría, provocadas por cierto estado de convulsión emocional ?de los que nadie está exento- que tenía por causa un hecho violento ?de los que nadie, una vez más, puede considerarse exento-.

Fueron los medios los que, concluyentemente, reduciendo a la conductora y al jurista al rol de desprevenidos actores ausentes con aviso ?títeres si se quiere-, y valiéndose de sus respectivas significancias sociales, arremetieron con saña, montando, una vez más, su circo macabro que, recurriendo al sensacionalismo y a la emoción exagerada ?donde la opinión técnica no tiene lugar-, se nutre del paroxismo colectivo.

Circo, por cierto, que cuenta con otros recursos infalibles: imágenes turbulentas, banda sonora que entrecorta la respiración, citas textuales no tan textuales, periodistas indignados no tan indignados, libertad de expresión libertina, alarmas portentosas que se arman y desarman en un santiamén.





Digresión. Ni muy muy, ni tan tan

Antes de continuar, nos permitimos un pequeño paréntesis: la sociedad dista mucho de ser una inocente víctima de los lubricados engranajes de los medios de comunicación, siendo su participación en este proceso, muchas veces, activa. Existe una retroalimentación continua entre sociedad y medios.

Pero, no es menos cierto, que la presión de los comunicadores se ha tornado insufrible para el ciudadano medio, amoldado al ritmo de vida ajetreado que caracteriza a las ciudades, no siendo justo exigirle, como un plus, que efectúe un escrupuloso análisis respecto del bombardeo que digiere cotidianamente.

En este contexto, las personas que poseen pocos recursos intelectuales, se hallan en una situación especialmente vulnerable.

Difícilmente alguien que apenas puede aspirar a rasgar los escalones primigenios de una educación básica, se encuentre en condiciones de juzgar con lucidez los rápidos zigzagueos que le dispara el alevoso armazón de los medios. Ese ?alguien?, lamentablemente, en esta suerte de genocidio de la individualidad, lo contamos por millones ?incluida la decadente clase media-.

Notará el lector atento que hemos dejado picando una palabrita a la que se suele recurrir maquinalmente cuando se quiere acortar camino en la indagación de cierto asunto. La palabra en cuestión es ?vulnerabilidad?. Pero, ¿qué significado tendrá si la trasladamos a un día concreto de un ser humano de carne y hueso inserto en un sistema social determinado?

Intentaremos arrojar una noción aproximativa, recurriendo, para ello, a un juego de palabras de estirpe cortaziano, que incluirá tres momentos:

1) La persona irrumpe súbitamente del sueño y se encamina, refunfuñando, al establecimiento laboral. Allí permanece entre ocho y diez horas desarrollando ?conforme a los lineamientos que enseñara Henry Ford- una actividad repetitiva y alienante, viéndose incapacitado de saciar su sed de creatividad. A esta primera fase la etiquetaremos como ?fordismo?.



2) Ocho o diez horas más tarde, el mismo individuo regresa a su casa. Fatigado, se sienta en su sillón favorito dispuesto a leer el diario o ver el informativo. Tal como ya fue expuesto, los medios comienzan a bombardearlo: delito, impunidad, delito, impunidad, delito, impunidad. El individuo, presa de la cacería mediática, con una rápida mirada, se asegura de que puertas y ventanas estén bien cerradas, no sin antes proceder a guardar, vertiginosamente, el automóvil en el garaje. Su casa se transforma en una suerte de fortaleza o fortín que lo aísla del enemigo. A este momento lo llamaremos, pues, ?fortinismo?.

3) Un par de horas más tarde, terminada la cena y antes de abandonarse al descanso reparador, como contrapeso de una rutina tan aplastante, busca alguna fuente de distracción. Recurre, pues, nuevamente a su noble compañera: la televisión. Cuando caiga en cuenta, ya será demasiado tarde: se habrá aprendido vida, doble vida y contravida de Ricardo Fort. A este tercer y último instante habremos de llamarlo ?fortismo?.

Y es en esta dialéctica fordismo-fortinismo-fortismo, verdadera prisión del individuo, donde podemos delinear el significado de nuestra palabra. El hilo conductor estará dado por el hastío, pudiéndose apostar que esa persona no dudará en dictaminar en cuanto pueda ?más no sea de refilón- que ?con los militares, por lo menos, vivías más tranquilo?.

Ahora sí, retomemos el relato.





En el país de las maravillas

Quizás la mayor embestida de los medios de comunicación desde el regreso de la democracia, fue la emprendida durante aquel no muy distante período dominado por la figura del ya mencionado Blumberg.

Los que tuvimos el privilegio de vivir esa instancia histórica, contamos con la ventaja de poder rememorarla a los fines de analizarla con mayor frialdad.

Refresquemos la memoria. Juan Carlos Blumberg emerge a la vida pública en Marzo del 2004, como consecuencia del secuestro y posterior asesinato de su hijo Axel. Indignado por tan aberrante suceso, comienza a reclamar justicia.

Los medios, jadeantes ante tan atrayente envío, lo acogen con los brazos abiertos.

Su currículum incluía algunos ítems interesantes; a saber: sexo masculino, clase media-alta, trabajador, honesto, profesional ?desmentido luego, y ?triste en esta triste lista-de tez rubia.

En fin, un perfecto modelo social con el que las clases medias y altas fácilmente podían identificarse. Apropiarse de Blumberg significaba apropiarse de los sentimientos más oscuros de gran parte de la población.



Las pantallas y páginas empezaron a vomitar secuestros. No había pasado mucho tiempo y ya conocíamos sus modalidades, categorías y subcategorías.

Sin embargo, cualquier intento de actualización era insuficiente: el enemigo se desvelaba en procura de perfeccionar su tenebrosa empresa. Los medios, firmes, no le daban tregua: los ?secuestrólogos? ?versados meteorólogos de la floreciente industria criminal-, desde los noticieros -varita en mano- nos esclarecían, segundo a segundo, el panorama en un pizarrón virtual.

En la conversación, el secuestro era el pan del día. Incorporamos ciertos códigos consuetudinarios de prevención ?v.g. todos los miembros de la familia, aún los más pequeños, debían permanentemente estar comunicados a través de teléfonos celulares-.

La campaña fue un éxito rotundo. Las manifestaciones callejeras multitudinarias se hicieron sentir a lo largo y ancho del país, con Blumberg a la cabeza como épico estandarte.

El Estado, empezó a tomar cartas en el asunto, rediseñando estrategias de avanzada: concibió comandos especiales, operativos inteligentes y maniobras secretas.

Recibió en sus despachos al mismísimo Blumberg, quien junto a sus correligionarios de la ?tolerancia cero? -novísima política policial acondicionada a las exigencias de los tiempos posmodernistas-, ahora nos aleccionaba respecto de las vías a seguir. Había que parar las orejas. Y por supuesto, más y más policías, más y más cárceles.

Y pobre de aquel juez que no contara un par de secuestros entre sus expedientes. Y de aquel que no neutralizara inmediatamente al enemigo como paso previo a una pomposa condena. Pero las leyes no los ayudaban: eran de la edad de las carretas.

En este marco, la legislación penal sufrió una imperiosa, inaplazable, acalorada y drástica reforma ?en esa instancia, los adjetivos nunca eran suficientes-.


***


Mudaron las estaciones; lánguidos soles y lunas surcaron los cielos. La fiera, agotada luego de tan sanguinaria cacería, bostezó, abrigándose a la sombra de un añejo sauce llorón. La sociedad podía continuar la labor sin necesidad de ser vigilada: había sido una alumna ejemplar.

Cuando nos dimos cuenta, ya nadie hablaba de secuestros. Los allegados ya no nos traían novedades de guerra ni panfletos exultantes de estrategias. La noticia de la perpetración de alguno ?o, por lo menos, de su tentativa-, pasó a ser recibida como una perla de valor inestimable, que nos daba la posibilidad de desenfundar el denso bagaje que habíamos sabido acumular, perseverantemente, en torno a la mentada figura delictiva.

La vida diaria perdía intensidad: nuestra individualidad había sido usurpada ?secuestrada si se quiere-.

La única secuela, parecía residir en aquellas leyes penales que, por cierto, ya no nos parecían tan atrayentes y que, por el contrario, se vislumbraban como una especie de Frankenstein vetusto ensamblado a las apuradas. ?Lo que hacen los políticos por unos votos?.

Algunos, seamos sinceros, empezamos a extrañar al enemigo. La fiera, entonces, aletargadamente, retorno al camino.

Cuenta la historia que, a pesar del tiempo transcurrido, la fiera continuaba empalagada con los dulzores de los secuestros. Para colmo, las histéricas estadísticas insistían con hostigarla, desfilando, una y otra vez, frente a sus fauces.

Ante este cuadro adverso, dio en cavilar, serenamente, en procura de alguna novedad que le devolviera su antiguo vigor.

La solución tenía que arribar a sus terruños y arribó, atravesando, como una daga fulgurante, al extenuado ardor de la fiera, escuchándose de inmediato un rugido prodigioso.



El contenido era claro, tan claro que se avergonzaba de no haberlo avistado con anterioridad: se trataba de transformar a todos los secuestradores ?a través de un acto de auténtica prestidigitación- en adolescentes y preadolescentes.

De inmediato, puso manos a la obra. Les procuró clase social, peinados, vestimenta, vicios e instrumentos distintivos. Los proveyó de códigos, saludos, consignas y palabras. La fiera sabe cuidar los detalles.

No todos veían con ojos auspiciosos este nuevo regreso. Avizoraban en la fiera cierto dejo de senilidad. No resultaba muy atractiva la idea de dar la bienvenida al tradicional delito callejero después de habernos inoculado la grandilocuencia corporativa y tecnológica de los secuestros y sus maravillosos, inolvidables fuegos artificiales.

Y del miedo a la droga, ni hablar: ya habíamos tenido suficiente con los militares setentistas y sus narco-guerrillas y, para agravar el tedio, su prolongación en los ochenta. Enemigos aburridos, veteranos latosos.

La fiera, no tomando en cuenta las injurias, en silencio enceraba su insignia empresa. Finalmente, los presentó en sociedad, diseminándolos en bloque por los televisores y diarios.

Hoy, debemos admitirlo ?nobleza obliga-, la infalibilidad de la fiera nuevamente ha quedado al descubierto: película más taquillera; best seller arrasador.

Y, como sucede con todo gran éxito comercial, se forja entre los espectadores la ilusión seductora de personificar alguno de los personajes principales. O, en caso de ser imposible ?por no cumplir los requisitos básicos que se exigen para pasar el casting-, identificar ?en una suerte de cholulaje criminal- a aquellos que más se les parezcan.

Además, el negocio presenta un índice de riesgo mínimo: la fiera nos cuenta a diario que al que enganchan por la mañana lo desenganchan por la tarde. Sí, la fiera sabe que la oferta genera demanda. La fiera se sabe de memoria las tablas de multiplicar del mercado. La fiera sabe todo.

Los días recobran intensidad. Los medios nos madrugan con familias destrozadas por menores. Llantos, desconsuelo, promesas de venganza y amenazas de abandonar el país. El grito de justicia puesto en el cielo: más policías, más cárceles, más protección: hoy por hoy mejor no confiar ni en el vecino.



Y los jueces que se la arreglan como pueden, atados de pies y manos por leyes que parecen haber sido redactadas por los mismos menores. ?La policía detiene y la Justicia libera y libera?.

Y entonces, claro, se torna inaplazable una imperiosa, inaplazable, acalorada y drástica reforma en la legislación penal ?en esta instancia, se sabe, los adjetivos nunca son suficientes-.



Modelo para armar

Por lo pronto, es genuino aclarar -ante un espectáculo tan avasallante- que lo lógico y racional ante la consumación de un hecho delictivo -o cualquier otra fricción propia de un estado de derecho-, es la generación de un debate con la mira puesta en el perfeccionamiento de las instituciones de nuestra insipiente democracia ?asumiéndonos ciudadanos de un Estado claramente marginal en el mapa de la globalización- y no ?como tan acostumbrados estamos- la evasión hacia respuestas que incluyan en su seno a la violencia.

Este escrito ?apretado boceto- no tiene otra finalidad que replantear, no ya las reglas de juego mismo, sino ? cediendo hacia una apertura más sencilla y realista- nuestra actitud frente a ese juego. Repasemos:

- ¿Existe el delito? Sí, claro.
- ¿Existe la posibilidad de ser secuestrados? Secuestros hubo, hay y habrá. Aunque la posibilidad de sufrir uno sea, por ejemplo, mucho menor que la de morir acuchillados por nuestra propia madre ?Tramontina en mano- como consecuencia de no haber terminado el plato de ravioles; o el de precipitarnos en caída libre desde un octavo piso como derivación de un arrebato amoroso-pasional de nuestra pareja.
- ¿Hay que prohibir las madres y las novias? En principio, no.
- ¿Y la droga? Es un flagelo que reclama un compromiso social amplio ?desprovisto de todo sensacionalismo-; en particular, respecto al paco que destruye la vida con rapidez.
- ¿Los medios dicen la verdad? No, los medios ?mayoritariamente- no dicen la verdad. Su función no es adaptarse a la realidad, sino manosearla o, en cuanto se presente la posibilidad, crearla, conformándola a sus propios intereses.
- ¿Cuál es el discurso de los medios? El discurso de medios es inaceptable por irracional; y en cuanto irracional, violento. Y como tal, contrario a la naturaleza humana. Adoptarlo, entonces, es ir en contra nuestra naturaleza.



Y cuando hablamos de contradecir nuestra naturaleza, hablamos de entregarle felizmente nuestra dignidad a un ente que ?en la inmensa mayoría de los casos, sea público o privado, nacional o extranjero- lucra con la ignorancia y la locura social; a un ente que se vale de la decadencia, de la fragmentación social ?que el excluido excluya al excluido- y de la desigualdad espasmódica.

(Se dirá, no sin razón, que estamos en presencia de un digno heredero del primer Emperador, Shih Huang Ti, quien dispuso que se quemaran todas las bibliotecas y que se erigiera la interminable muralla china en defensa de los bárbaros).

Y los patrones no cambian por más que se pueblen las pantallas con caras de hombres serios embalados en trajes con corbata, acompañados por cándidas señoritas de delicadas líneas. En síntesis?

? la próxima vez que los medios se dispongan a atornillarnos al sillón con sus robos sangrientos, sería justo preguntarnos, un segundo antes de comenzar a disparar proyectiles, si la organización de la policía es eficaz, si cuenta con presupuesto suficiente, si lleva en su seno índices de frecuencia delictiva, si la formación de sus miembros se conforma a las exigencias del entorno democrático; preguntarnos si el Poder Judicial ajusta sus tiempos a los que les demanda la sociedad, si los juzgados están sobrecargados, si a los jueces se les permite actuar con independencia; preguntarnos, si el sistema penitenciario puede albergar más presos, si existen penas alternativas; preguntarnos, entre otras cuestiones, sobre la conexión entre el sistema preventivo, el judicial y el penitenciario, sopesando virtudes y falencias.

Preguntarnos, a un nivel íntimo, en quién proyectamos la imagen del enemigo a lo largo de nuestro día ?mientras conducimos, hacemos la cola del banco o del supermercado-. Cuán capaces somos de resolver, por nosotros mismos y con tolerancia, los obvios roces cotidianos, sin recurrir a la violencia o a la dilatación innecesaria ?en el instante o en la charla posterior-.



Y, fundamentalmente, no dejarnos embaucar por la dictadura del discurso de medios.

Encabezamos estas páginas con Borges y nos permitiremos el lujo de que él les vaya poniendo broche final. ?Russell (?) propone que las escuelas primarias enseñen el arte de leer con incredulidad los periódicos. Entiendo que esta disciplina socrática no sería inútil. De las personas que conozco, muy pocas la deletrean siquiera. Se dejan embaucar por artificios tipográficos o sintácticos; piensan que un hecho ha acontecido porque está impreso en grandes letras negras; confunden la verdad con el cuerpo doce?? (Otras inquisiciones, 1952).

En definitiva, nos corresponde abocarnos con responsabilidad a una tarea que exige, sin dudas, mucho mayor compromiso y esfuerzo que la de limitarnos a señalar -excitados por los medios- al enemigo, reclamando al poder punitivo del Estado que entre en acción. Nada nos impedirá seguir coreando: ?Que se vayan todos?. Pero cuando lo hayamos por fin logrado, a no dudar, distinguiremos a la fiera, vestida de gala, despidiendo al último de todos; breve cortesía antes de cerrarle la puerta. Aunque los medios, asiduamente -haciéndonos entrar en su juego-, nos digan otra cosa.



Saludos.












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